Democracia Delegativa (Parte I): Caso Castillo
- Maria Alejandra Llosa
- 27 ago 2021
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 17 ene
Escribe María Alejandra Llosa
A pesar de las dificultades que tiene la democracia peruana, vemos que la construcción de una autoridad jurisdiccional ha dado como fruto a un ciudadano peruano poseedor de una identidad política democrática diferente de la identidad política particular o partidaria, exceptuando los extremos, claro está, que persisten en una inclinación hacia lo que O´Donnell denominó como democracia delegativa.

En 1994, el politólogo argentino Guillermo O'Donnell, publicó por primera vez sus reflexiones sobre democracia delegativa o el "nuevo animal teórico", como lo llamó, que abordaba las características de algunos regímenes de la región latinoamericana de aquellos años. Según el escritor: “Las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente”.
En este punto, me parece necesario señalar la diferencia que hace O´Donnell entre la democracia representativa y la democracia delegativa. La primera, necesariamente conlleva un elemento de delegación (se delega el poder a un representante), sin embargo, la representación trae consigo la rendición de cuentas, o en inglés, el accountability. En las democracias representativas “la rendición de cuentas funciona no sólo de manera vertical (vertical accountability), de modo que los funcionarios elegidos sean responsables frente al electorado, sino también en forma horizontal (horizontal accountability); a través de una red de poderes relativamente autónomos; es decir, otras instituciones, que pueden cuestionar, y finalmente castigar, las formas incorrectas de liberar de responsabilidades a un funcionario determinado”.
Por otro lado, en la democracia delegativa “un rasgo típico es que sólo las mayorías, en su unión simbólica con el líder, cuentan. Todos los aspectos institucionales como el Estado de derecho, el equilibrio, la constitucionalidad, el accountability y otros, se desplazan a un segundo lugar o se eliminan”. Es pertinente decir que la democracia representativa y la democracia delegativa no son polos opuestos. La rendición de cuentas vertical (vertical accountability) existe tanto en las democracias representativas como en las democracias delegativas; mientras la rendición de cuentas horizontal (horizontal accountability), característica de la democracia representativa, es extremadamente débil, o no existe, en las democracias delegativas, según indica el autor. Las democracias delegativas no son democracias consolidadas -es decir, institucionalizadas-, pero pueden ser duraderas. En muchos casos, no se observan señales de una amenaza inminente de autoritarismo, ni de progresos hacia una democracia representativa.
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente”
Democracia delegativa versus autoridad jurisdiccional en el Perú
El término de los años noventa en el Perú es el gran final del golpe contrainstitucional. Fujimori había socavado la institucionalidad estatal y privada mediante la corrupción y con el trauma de aquellos años anidó en la población peruana el germen de la construcción de una nueva institucionalidad.
Justamente, esos límites de los que hablamos en líneas anteriores son los que hacen la diferencia entre una democracia delegativa y una democracia representativa. Después de Fujimori, el proceso democrático se apoyó en una sociedad civil despierta y crítica, que provocó nuevas estrategias de corrupción y/o anticorrupción, pero también una cierta impronta de desesperanza y renovación continua de liderazgos. Si bien para Martín Tanaka, los cambios institucionales que se han dado en 20 años, “durante este proceso de democratización no fueron acompañados de verdaderos cambios democráticos desde la ciudadanía”, también es cierto que se han forjado nuevos paradigmas democráticos desde el punto de vista de la institucionalidad judicial.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades que presenta la democracia peruana (baja confianza en las instituciones, sensación de inseguridad, insatisfacción con el desempeño de los gobiernos locales, corrupción, etc.), vemos que la construcción de una autoridad jurisdiccional ha dado como fruto a un ciudadano peruano poseedor de una identidad política democrática que se diferencia de otra identidad política particular, ideológica o partidaria. Exceptuando los extremos, claro está, que tientan la democracia delegativa: por un lado, la izquierda, que apela al desgaste del modelo económico; y por otro, la derecha, que busca neciamente la continuidad de un modelo que no rinde más o la estabilidad financiera.
Esos extremos no definen la sociedad peruana. El grueso social permanece en un centro que se adhiere a esa identidad democrática, que no es la identidad del “te elijo líder y te abandono”, sino más bien es una identidad democrática del accountability, que quiere que se respete la independencia de poderes y se atienda las demandas sociales más urgentes, pero con una economía de mercado consciente, no sectaria, que atienda las aspiraciones de todos nosotros.
El grueso social permanece en un centro que se adhiere a esa identidad democrática, que no es la identidad del “te elijo líder y te abandono”, sino más bien es una identidad democrática del accountability
La democracia delegativa y el Caso de Pedro Castillo
Si bien es cierto que el Perú ha construido una autoridad que puede decirse que pone límites al poder, la democracia es puesta a prueba constantemente. La democracia delegativa, como señala O’Donnell, consiste en “constituir mediante elecciones limpias una mayoría que faculta a alguien para convertirse, durante un determinado número de años, en la encarnación y el intérprete de los altos intereses de la nación”. En el caso peruano actual, ese alguien es Pedro Castillo. Como O´Donnell describe, el líder cajamarquino es la “figura paternal que el pueblo considera como la encarnación del país”.
En la democracia delegativa, el presidente se concibe como el custodio de la patria y sus intereses, y sus políticas de gobierno no necesariamente reflejarán las promesas de la campaña electoral previa. El presidente, sin salirse del marco del sistema representativo, despliega un estilo de gobierno reacio al accountability, sobre todo al accountability horizontal.
En el caso de Pedro Castillo, existen algunas similitudes conceptuales, pero también algunas diferencias o corto circuitos, en relación a los conceptos y parámetros con los que O´Donnell definió la democracia delegativa en 1994. Veamos cuáles son esas similitudes y diferencias en el caso peruano:
Similitudes
a) En las democracias delegativas “los candidatos presidenciales ganadores se sitúan a sí mismos tanto sobre los partidos políticos como sobre los intereses organizados”. Castillo amenaza a las empresas extractivas con reducir los porcentajes de sus utilidades, reteniendo el 70% de las ganancias mineras en beneficio del país. Es contradictorio, ya que en paralelo el Ministro de Economía se reúne con 12 gremios empresariales apuntando a ganarse la confianza de las élites. El cartel de élites en el Perú no es sólo político, sino, sobre todo, económico-empresarial, y está organizado en varios frentes articulados entre sí. Castillo debería darse cuenta que debe ser el gobierno de los grandes acuerdos, que sepa concertar y recoger demandas. Quince años de buen desempeño económico, proyecciones de crecimiento, presencia en la Alianza del Pacífico, un lugar como principal destino de la inversión extranjera, no son razones menores para darse cuenta de que debe concertar con la élite empresarial, sin embargo sus declaraciones y acciones, sumados a los mensajes del secretario general de su partido, indican que Castillo buscaría situarse por encima de los intereses organizados.
d) Segundo, Castillo busca determinar la realización de una reforma de fondo a la Constitución mediante decisión del pueblo (referéndum). Sin embargo, y en paralelo, miembros de su partido hablan de una Asamblea Constituyente sin consultar a la población. Eso cuadra con la definición de democracia delegativa de O´Donnell, con el estilo de “decisión inconsulta” que según el escritor tiene un caudillo delegativo “definidor de los intereses de la nación”.
e) Tercero, Castillo ha demostrado un afán creacionista de instituciones al expresar que, entre otros, desea crear el Ministerio de Tecnologías de la Información. Sin embargo, y a pesar de su voluntad de crear nuevas instituciones, Castillo se muestra incoherente al designar un gabinete ministerial con personajes absolutamente cuestionados o con procesos frente a la justicia, cerrando los espacios de diálogo para generar consensos con los distintos actores sociales. De igual forma, Castillo ha realizado 26 nombramientos de funcionarios públicos con graves cuestionamientos debido a denuncias, investigaciones administrativas y fiscales, e incumplimiento de requisitos mínimos para estar en el cargo asignado. Eso cuadra perfectamente con la definición de O´Donnell sobre los caudillos delegativos “abocados a erosionar las instituciones gubernamentales”.
Diferencias:
a) O´Donnell indica que “las democracias delegativas utilizan recursos como la segunda vuelta electoral si en la primera vuelta no se produce una clara mayoría. Esta mayoría debe crearse para respaldar el mito de la delegación legítima”. En el caso peruano, Castillo no se consolidó con una mayoría social: en el conteo final superó a la candidata Fujimori únicamente por cuarenta mil votos, una cifra pequeña si se toma en cuenta al universo total del electorado peruano. Incluso, se pusieron sobre la mesa dudas sobre el proceso de elección que de una u otra manera indispusieron a la ciudadanía y crearon un ambiente de ansiedad, incertidumbre y desconfianza que continua hasta hoy.
b) Por otro lado, O´Donnell señala que “después de la elección, los votantes (quienes delegan) deben convertirse en una audiencia pasiva, pero que vitoree lo que el presidente haga”. En el caso peruano, la mitad del país no parece pretender ser una audiencia pasiva o alineada con los designios del presidente, todo lo contrario.
¿El triunfo de Castillo podría ser la derrota de la izquierda peruana?
La politóloga Anne Appelbaum indica que “la democracia no es algo natural en las sociedades; no hay algo así como un instinto humano innato favorable a la democracia, que simplemente debe desenvolverse. La democracia se desarrolla y se sostiene, es más bien un hábito adquirido. Como la mayor parte los hábitos, la conducta democrática se desarrolla lentamente a lo largo del tiempo, mediante la repetición constante”. Además, indica que en una cultura democrática se respetan las reglas, cuando uno gana, pero más aún cuando uno pierde, y si ese es el caso el adversario no es un enemigo. Se respetan las reglas de juego para que el estado de derecho pueda prosperar. La trampa en el Perú electoral de hoy consiste en que la democracia no se robustece porque carecemos de los componentes que, precisamente, la democracia haría posibles.
Y entonces, por un lado, hemos visto a la candidata Fujimori alegar fraude en mesa, sin presentar pruebas concretas, en un intento por revertir el resultado electoral, haciendo tambalear la democracia peruana en proceso de crecimiento, una democracia, por momentos con visos delegativos, que no llega aún a ser representativa, pero que parece querer construir para ello. Por el otro lado, Castillo tiene un discurso ambiguo, ensombrecido por las declaraciones del dueño de su partido, Vladimir Cerrón, quien socava todo intento de obtener la confianza de las élites y el electorado que no voto por él. Algunos señalan que es un juego de caretas: el de la comunicación de masas, que levanta construcciones de personalidades ficticias, que después de un tiempo, se caerán porque no hay nada detrás de aquella imagen, no hay respuestas a los problemas sociales, ni a las demandas. ¿Castillo será una de esas caretas? No lo sabemos. Pero, en caso fuese así, lo que parecería un triunfo para la izquierda (el primer triunfo electoral presidencial de su historia) podría convertirse en su más amarga derrota en un futuro no lejano.
Los bajones en la economía, como el que se ha dado el último año producto del COVID 19, precipitan, o hacen más perceptible, la desigualdad. En ese contexto, Castillo ha aparecido en escena, y aunque es un líder sindical conocido en el interior del país, es para muchos de nosotros un outsider. El gobierno de Castillo ha germinado justamente al interior del país, desde el descontento ciudadano y desde la decepción respecto de otras intentonas democráticas como la de Humala.
El problema con la promesa democrática de la igualdad es que, si no se encuentra cauce para acoger las viejas y nuevas demandas de la ciudadanía, veremos como el malestar irá in crescendo, sumado a una desafección por la democracia (como indica el Latinobarómetro del 2018, en la región, el “apoyo a la democracia” ha caído, pasando del 44% en 2009 al 24% en 2018), lo que ocasionará, entre otras cosas, movilizaciones sociales recurrentes, que pueden desencadenar en olas de violencia, como sucedió en Chile.
La profundización de la democracia requiere entonces transitar a formas de democracia participativa como el “accountability” de O’Donnell, que ayuden a dar cauce institucional a la participación y corregir la débil capacidad del Estado. Sobre la cuestión de la participación, O’Donnell nos advierte sobre el agotamiento de la democracia delegativa, ya que depender sólo de la democracia intermitente encarnada en la participación electoral cada cuatro o cinco años, es peligroso. Como indica O´Donnell los ciudadanos deben dejar de ser “soberanos de un día” y para ello, deben instaurarse fórmulas institucionales de participación y consulta (una consulta previa adecuada, por ejemplo), con plataformas tecnológicas que además satisfagan la demanda por transparencia.
Por último, según dice O´Donnell, el ciudadano democrático debe, como lo hemos señalado, defender la autoridad jurisdiccional, la separación de poderes y acrecentar el control sobre el Estado, para no caer en el delegativismo nocivo. Esperemos entonces que el profesor Castillo a la larga no sea víctima de una pérdida de legitimidad, y con él la izquierda peruana, al no ser capaz de responder a esas demandas ciudadanas que lo delegaron en el liderazgo actual, en medio de un contexto latinoamericano tenso, entre la izquierda y la derecha, que está regido por mega empresas corruptas, ex - presidentes en prisión o huyendo de ella, migraciones masivas, conflictos sociales convulsos debido a la desigualdad social, entre otros temas. Esperamos, por el bien de todos nosotros, no ver nuevamente desvanecerse la promesa democrática de la igualdad, o mejor dicho la promesa de la "base social de servicios elementales", y con ellos las aspiraciones de una sociedad peruana bicentenaria que busca respuestas.
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